“Parece 3D” no es como me gustaría que se describiera mi
maquillaje, en términos generales. Así que siento un profundo rubor que se extiende por mi pecho y mi cara.
Si no estuviese usando una base de cobertura completa, corrector, bronceador, polvos traslúcidos, dos tipos de delineador, iluminador y seis sombras de ojos, me preocuparía que el viejo colega con el que me había topado pudiera ver mis mejillas poniéndose rojas de vergüenza.
Había previsto que esto saldría de manera muy diferente. En las imágenes, parecía impecable: acababa de pasar más de una hora fotografiándome a mí misma y desde todos los ángulos, sin defectos.
Imagen tras imagen, sin importar la iluminación, mi cara se reflejaba hacia mí: cincelada y con un extraño aire de muñeca. Me veía sensual, sexy.
“Has creado un monstruo”, le dije a la maquilladora, que acababa de pasar 90 minutos pintando esta cara. “No puedo dejar de tomar fotos de mí misma”.
Mi rutina habitual de
maquillaje consiste en cinco
productos -aplicados en cuatro minutos y 37 segundos- que me pongo en el autobús en el camino al trabajo (sí, lo he cronometrado).
Pero decidí pasar
una semana en modo “Rostro de Instagram” (“The Face”), el look de
maquillaje que ha dominado las redes sociales durante los últimos tres años.
Y a juzgar por mi primera interacción, va a ser más difícil para mi ego que lo que pensé.
El look ha sido
popularizado por las Kardashian (¿quién más?) y copiado por miles de influenciadoras como NikkieTutorials (10,6 millones de suscriptores en YouTube), Patrick Starrr (4,5 millones de seguidores en
Instagram) y Sonjdra Deluxe (1,1 millones de seguidores en
Instagram).
Y cada vez también aparece más en los rostros y las redes sociales de personas normales como yo (que cuento con unos 850 seguidores en
Instagram).