CARACAS — Roberto Patiño, una estrella al alza en el movimiento opositor en Venezuela, atraviesa una multitud de niños que, cuchara en mano, esperan para comer.
Está al frente de un equipo que reparte cientos de comidas cada día en barrios marginales de la capital. Es el único alimento sólido que ingieren muchos de los niños del vecindario de La Vega, en el oeste de Caracas. Y aunque no van acompañadas de un adoctrinamiento político explícito, no hay duda que son un importante contrapeso a la narrativa del gobierno de que puede alimentar por sí solo a los pobres.
“Nosotros hemos encontrado en estos sectores populares una tierra fértil para un mensaje de cambio, para construir una Venezuela diferente”, dijo Patiño, de 30 años, acerca de las comidas financiadas por donantes venezolanos tanto de dentro como de fuera del país.
Mientras el presidente, Nicolás Maduro, persigue a sus oponentes en medio de una crisis económica sin precedentes, la desesperación ha llevado a algunos críticos, especialmente a los que están en el exilio, a respaldar abiertamente atajos violentos para sacarlo del poder. Hubo un aparente intento de atentar contra la vida del mandatario con drones cargados de explosivos en agosto, y algunos críticos dieron la bienvenida recientemente a las sugerencias del gobierno de Estados Unidos a favor de un militar.
Pero muchas figuras de la asediada oposición que siguen en el país ven su oportunidad para capitalizar el descontento generalizado con el mandato de Maduro en los vecindarios más pobres, considerados durante muchos años su bastión.
Es ahí donde Patiño, un antiguo líder estudiantil, y otros organizadores de base que tienen entre 20 y 30 años han estado dando de comer a los niños, animando a las mujeres a convertirse en activistas por su comunidad y organizando protestas para exigir servicios públicos como agua potable y electricidad confiables.
Marialbert Barrios, quien a sus 28 años es el miembro más joven de la Asamblea Nacional, ha estado dado charlas en talleres de empoderamiento instando a las mujeres de una zona de clase obrera de Caracas a que cambien sus quejas pasivas por acciones para hacer que su barrio sea mejor para todos.
Es una estrategia a largo plazo en un país donde cada vez más los ciudadanos reniegan de la democracia y la vieja guardia opositora sufre un creciente descrédito.