La provincia de San Juan y los pueblos del sur en general padecen del síndrome del olvido. Se trata de la facilidad con que estos pueblos envían al ostracismo a sus más connotados hombres y mujeres, tras enfermar o morir. A eso denomino síndrome del olvido, que consiste en el recurrente comportamiento aislacionista y excluyente que ignora adrede a personajes y sus obras trascendentes.
El síndrome del olvido es egoísta y perturbador, porque aniquila fértiles estelas, apaga luminarias, sepulta impronta y en fin, convierte en anónimos a actores sociales que fueron trascendentes por los roles que en su contexto jugaron. Esta patología ha hecho metástasis en todo nuestro cuerpo social. Preferimos eclipsar a los buenos, a los trascendentes y ensalzar a los vacuos y mediocres.
El síndrome del olvido ha contagiado a casi todos los hombres y mujeres del sur y quizás de toda la nación, pero en especial –insisto- es epidémico en San Juan de la Maguana. Una víctima del síndrome del olvido es el más grande artista y conspicuo educador sanjuanero Ramón Antonio Valenzuela Ferreras, quien estuvo doblegado y recluido desde febrero del año 2012 en una cama en su cálida residencia hasta su triste muerte el pasado viernes santo (7 de abril 2023), flagelado por la furia de un accidente cerebro vascular.
Ramón Valenzuela fue un gigante. Un astro destellante, un orgulloso barriga verde, el primer y único tenor sanjuanero. Fue el cantante de más alto prestigio en nuestra provincia que habiendo tenido oportunidades de emigrar a Santo Domingo o al exterior, prefirió quedarse en el San Juan de sus amores, desarrollando de forma “romántica” su arte, ganándose la vida, ejerciendo el noble oficio de Maestro y en algunos emprendimientos empresariales.
Desde niño conocí a Ramón Valenzuela. Fue mi amigo y compañero de muchas batallas por el bienestar de la provincia de San Juan. Era un mulato fornido, con un afro a medio hacer, de esporádica sonrisa, que al cantar la canción Enriquillo (autoría de Aníbal de Peña) me hacía recrear el atribulado mundo aborigen, materialmente diezmado -sin piedad- por los conquistadores españoles con la bendición del catolicismo cristiano. Con la fuerza interpretativa de Ramón en esta canción la atribulada cultura aborigen volvía a tener vitalidad en mi sique y de todos los que le escuchábamos cantar.
Ramón Valenzuela fue un Dios del canto. Toda la honra para este adalid de la cultura, apóstol de la alegría y paradigma del arte, el magisterio y el servicio social tras su triste partida terrenal.
El autor es Profesor UASD