Hay momentos en la vida en los que un corazón cansado empieza a buscar refugio. Atravesando desafíos, silencios y dudas, se pregunta qué es realmente aquello que anhela. Y aunque muchas veces no pueda expresarlo con palabras, lo que busca es simple: alguien que lo comprenda, que camine a su lado y que sonría con él incluso en los días grises.
El corazón, en su inocente insistencia, suele correr detrás de placeres momentáneos y cosas materiales. Se adorna por fuera, se llena de brillo y ruido, pero aun así permanece inquieto. Porque lo superficial no tiene la capacidad de ocupar los espacios profundos donde habitan la verdad y la ternura.
Hay un tipo de paz que no se compra y una armonía que el mundo no puede ofrecer. Esa serenidad que calma los pensamientos y alivia la carga solo puede nacer de la presencia de Dios, el único capaz de hablarle al alma con un susurro que todo lo transforma.

Y cuando el corazón decide no caminar solo, cuando sueña con la compañía de alguien que armonice con su ritmo y entienda sus latidos, también necesita guía. No para adivinar caminos, sino para andar con sabiduría. Porque elegir compañía es elegir destino.
Por eso, cuando llega el momento de compartir la vida, es sensato poner el corazón en manos de Aquel que conoce lo más profundo, que restaura lo que está roto y sana lo que ha sido herido. Dios es quien dirige con amor, quien acompaña con luz y quien convierte cualquier búsqueda en un encuentro verdadero.
Escrito por:
MIGUEL IVAN FRIAS JIMENEZ
Capitán del Ejército de República Dominicana
Psicólogo Industrial y Especialista en Terapia y Psicometría.




