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San Juan de la Maguana

La vergüenza de San Juan se llama Félix Bautista

Hace años lo dije sin miedo, y lo repito con más fuerza hoy: “La mayor vergüenza del sanjuanero es decir que Félix Bautista es su senador.”

Y sigue siéndolo. Porque no hay peor maldición para un pueblo que cargar con un político que confunde poder con propiedad, cargo con impunidad y representación con negocio.

El problema con Félix Bautista no es solo su historia, sino su terquedad en querer reescribirla. Cada vez que su nombre vuelve a aparecer en torno a maniobras en instituciones públicas —como ahora con SENASA— el país revive los capítulos que juró no volver a tolerar. Y San Juan, una vez más, siente esa mezcla amarga de indignación y vergüenza que provoca ver cómo se pretende manchar la dignidad de una provincia noble con los mismos métodos de siempre.

Este gobierno ha demostrado que se puede gobernar con transparencia. Que los recursos públicos no son botín, ni trofeo, ni herencia. Que el Estado no se maneja con sobres, sino con cuentas claras. Por eso irrita tanto ver que, mientras unos construyen institucionalidad, otros sigan intentando reciclar privilegios, tejiendo redes de favores y poder como si el país aún viviera en el 2010.

Senador, usted no es víctima de una persecución: es la consecuencia viva de un modelo que el país decidió dejar atrás. Representa la política del expediente, del contrato como moneda de lealtad, de la obra usada para financiar campañas y comprar silencios. Y eso ya no cabe en la República Dominicana de hoy.

No busco destruirlo con palabras. Le exijo con hechos: explique, rinda cuentas, muestre documentos. Si no hay nada que esconder, entonces deje de escudarse en la retórica y dé la cara. Pero si los contratos, fundaciones y conexiones con fondos públicos existen, que lo diga la justicia, no la costumbre.

A mis hermanos sanjuaneros les digo: la lealtad al pasado no puede valer más que la dignidad del futuro. San Juan no necesita padrinos; necesita ejemplos. Y un líder que teme al escrutinio no lidera: se esconde.

Por eso, senador, le hablo de frente: no nos intimidan ni su dinero, ni su maquinaria, ni su memoria de poder. Aquí hay una generación dispuesta a decir las cosas por su nombre, sin miedo y sin precio.

Yo soy Miguel Cano. Soy sanjuanero. Y mientras tenga voz, no me callaré.
Porque por más perfume que usen los viejos hábitos, el olor a impunidad sigue oliendo igual: a podrido, a pasado, a vergüenza.

Por Miguel Cano

Especialista en marketing y gestión de proyectos públicos

Columnista de opinión.

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