El Valle de San Juan es una zona bendecida de la República Dominicana, por tener importantes ríos y arroyos, cuyo caudal ha sido óptimamente aprovechado a través de un sistema de tecnología de riego, que facilita la irrigación de más de cuatrocientas mil tareas con vocación agrícola.
En la parte norte, específicamente en el paraje Hondo Valle de San Juan, se ha anunciado el hallazgo de un importante yacimiento de oro en una proporción explotable, que mantiene hondamente preocupado a quienes hemos nacido y vivimos en estas tierras, por los efectos nefastos que produciría desarrollar una minería a cielo abierto o subterránea, como nos quieren inocular.
Canadá es el país sede de las grandes compañías que dominan la explotación de oro en el mundo, y la Goldquest se quiere instalar en San Juan para explotar unas riquezas auríferas, que de hacerlo matarían los ecosistemas, -la flora, la fauna- y toda la vida humana del valle sureño en los próximos veinte años o menos.
Cristóbal Colon, el almirante de la mar oceánica, inauguró la corrupción en el continente regalando espejitos por oro, y así impuso su modelo de extorción. La plantilla de ese paradigma corruptor no la han desechado los imperios del siglo XXI, por lo que ejecutivos de Goldquest están vendiendo falsas ilusiones, y peor, comprado el silencio de autoridades sanjuaneras, de falsos “líderes” comunitarios e importantes medios de comunicación.
La sociedad debe saber que para los sanjuaneros el agua es nuestro oro porque es el factor que ha determinado que este valle del sur sea el segundo más productivos de la isla de Santo Domingo.
El agua es nuestro oro porque para construir riquezas la hemos tenido de aliada, porque la naturaleza la provee con abundancia.
El agua es nuestro oro y contaminarla, más bien envenenarla con cianuro y otros químicos, explotando un oro indeseado, sería el peor desaguisado; un error imperdonable, un crimen de lesa humanidad.
El agua es nuestro oro porque en el Valle de San Juan hay vida desde hacen 2,000 años antes de Jesucristo, conforme lo atestigua la osamenta del Hombre de Seboruco, el más antiguo de las Antillas, restos que se atesoran y exhiben en la Biblioteca del Centro de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
En milenios a las gentes de San Juan no les ha faltado ese oro que está en su subsuelo para subsistir. Surge una pregunta obligada: ¿Por qué querer explotar este mineral, si sabemos que solo traerá una tragedia ecológica, que se traducirá en muerte y desolación del Valle de San Juan?
A mi edad estoy pago, listo para morir si es necesario, en contra de la explotación del indeseado oro descubierto en el Romero de San Juan, por sus nefastas consecuencias.
Insisto, nuestra agua es nuestro oro, y punto.