Por Rubén Moreta
Ángelo Valenzuela fue un gigante de las artes visuales y escénicas. A pesar de su desbordante talento y lauros como pintor y dramaturgo, exhibía desgano por la figuración y mantuvo un matrimonio con la sencillez y humildad.
Este paradigmático creador sanjuanero, que llegó a ganar en el año 2010 el Premio Nacional de Teatro, vivía lejos de la estridencia y la ostentación. Estaba perennemente concentrado en su trabajo y en su familia, esa que hoy tristemente padece, por su intempestiva partida, un gigantesco hueco imposible de colmar.
Ángelo, en su diario vivir, nos dio una gran lección: practicar siempre la humildad. Nos dejó saber que los buenos y genuinos seres humanos son sencillos, nunca petulantes ni fragorosos.
Ángelo fue tal, que hasta el día de su muerte destiló su proverbial humildad: pidió que no se hiciera ninguna pompa en el día de su funeral.
Hoy propongo al Ministerio de Cultura que designe con el nombre de Ángelo Valenzuela el Salón de Actos del Centro Cultural Monina Cámpora, espacio que él luchó tanto para que se remozara. Honor a quien honor merece.
El autor es Profesor UASD.