El sistema de vida que se ha impuesto en la República Dominicana en los últimos tiempos esta permeado por un cada vez más creciente consumismo.
Este modelo de sociedad genera expectativa, principalmente en la juventud que lo obliga a querer tener lo que un trabajo remunerado no le permite adquirir.
La juventud de más de 14 años hasta los 21 años, y, tal vez más, no posee la cultura del trabajo, además de no tener, en la mayoría de los casos, una orientación en el hogar que lo conduzca a obtener lo que quiere por medio de lo que adquiere como resultado del trabajo que realiza y el ahorro para solución de problemas perentorios.
Desde las instancias del Estado hay mucha inoperancia en ese sentido, pues, las instituciones llamadas a crear un ambiente de trabajo han sido tan influenciadas por el mundo del consumismo que han creado la sensación de la búsqueda de dinero fácil para exhibir bienes que toda la sociedad cuestiona en virtud del salario que devenga y la función que desempeña.
Reitero, un modelo de sociedad de consumo que lo obliga a querer tener lo que su trabajo o empleo y el salario que devenga no le permite obtener.
Esta actitud, a veces irresponsable, ha llegado a la mayoría de las instancias llamadas a trazar pautas para impedir que la gente se desespere y delinca, y, aplicar correctivos cuando se cometen hechos que contraponen lo que establecen nuestras leyes.
Se ha desarrollado una actitud de “sálvese quien pueda”, dando paso a una creciente delincuencia que ha hecho preso a gran parte de la población provocando reducción del territorio a recorrer por temor a ser despojado de lo que tiene o que se lleven lo que dejoen la casa. La gente se ha convertido en vigilante permanente de la casa donde vive, porque ya no hay cerradura, ni alarma, ni candado que los detenga si elijen la suya como blanco de la búsqueda del dinero que necesitan para suplir sus exigentes necesidades.
Yo quiero tener los bolsillos llenos sin esperar la quincena de cada mes, sin cumplir horario de trabajo, sin esperar un cliente en el taller de mecánica, de herrería o de electricidad, en un puesto de vendutero de frutas , de víveres o de hortalizas, sin tener que levantar la voz para anunciar productos en guagua anunciadora, es la impronta del momento que ha metido a tantos jóvenes, a veces niños y adolescentes, a quitar armas, arrancar prendas, hacer atracos muchos de los cuales la vida se le acorta sin disfrutar de lo que su desmedida aspiración lo hace obtener, consiguiendo morir antes de la fecha en la misma forma violenta como logran el dinero.
De continuar este ritmo acelerado de violencia provocada básicamente por el poder mediático y su incidencia determinante en la sociedad, pronto convertiríamos a los pueblos en cárceles domiciliarias para cuidar las pertenencias adquiridas en el curso de su vida.
Una política desde el estado de generación de empleos de calidad y bien remunerados, de eliminación de la impunidad, la violencia y la criminalidad, de fortalecimiento de la escuela y la familia, de protección del medio ambiente y los recursos naturales, ayudaría a incidir en la juventud para que disminuyan las razones que lo impulsan a tomar el rumbo de la violencia y del delito.
Esas tareas están a la orden del día y es apremiante ponerlas en práctica para contribuir a controlar la creciente violencia que actualmente nos arropa.
Los mayores no verían morir a sus hijos a temprana edad y los abuelos se irían más contentos a su morada final sabiendo que sus hijos y nietos son quienes lo conducen a depositarlo en su eterna estadía a los pies del señor.
Autor; Roberto Rosado